Si en la previa, la conformación del Ejecutivo más radicalmente conservador de la historia de Israel despertaba dudas sobre qué rumbo tomaría su gestión, sus primeros cien días no han hecho más que confirmar los temores. Con la extrema derecha ultranacionalista y los partidos ultraortodoxos como copilotos de coalición, Netanyahu es a día de hoy el conductor de un vehículo que solo conoce el acelerador y casi nunca pone el freno.
«¿Cien días? Creí que habían pasado cien años», dice Meir Margalit al otro lado del teléfono. Su frase, entonada con espontaneidad, resume una sensación generalizada: los acontecimientos transcurridos desde la asunción del nuevo Gobierno de Benjamin Netanyahu el pasado 29 de diciembre de 2022 no son acordes al inicio de un mandato. Tampoco para un mandato israelí.
El retorno del veterano primer ministro –el dirigente que más años ha gobernado en Israel– ha estado marcado por un proyecto de reforma del sistema judicial que movilizó a los israelíes en protestas históricas; una agudización de la violencia y las políticas de anexión en los Territorios Palestinos ocupados; desencuentros, aunque puntuales, con su principal aliado Estados Unidos; la intensificación de su campaña contra Irán (y la lista sigue).
«A otro gobierno le hubiera llevado cien años causar tantos daños como lo hizo este en cien días nada más«, prosigue para France 24 Margalit, pacifista y exconcejal en Jerusalén por el partido izquierdista Meretz, quien añade que este «es el Gobierno más extremista que hemos tenido en la historia de Israel, el más fundamentalista, el más religioso, el más mesiánico».
«Hay que valorar este Gobierno como un verdadero giro histórico de la política israelí; por una aceleración de la opresión en varios frentes a la vez», sostiene Thomas Vescovi, historiador independiente sobre Israel y Palestina. Describe como una «novedad» que Netanyahu haya tenido que hacer una alianza con todo un conjunto de partidos de extrema derecha «que siempre representaron a una pequeña minoría» y que, ahora en el poder, «quieren ir aún más lejos» con un programa que «da tumbos en todas las direcciones».
«Hay que imaginarse sobre el polvorín en el que está sentado hoy Netanyahu», ilustra.
La «revolución» judicial que ha sembrado la «revolución» en las calles
No fue hasta la instalación de este Gobierno que los israelíes conocieron el alcance real de su propuesta de reforma judicial, sobre la que apenas había hablado durante la campaña a las elecciones de noviembre. Una seguidilla larga de proyectos de ley que, en esencia, pretenden reforzar al Ejecutivo de turno anulando la capacidad de la Corte Suprema para contrarrestar las decisiones del Parlamento y del propio Gobierno.
Para Margalit, con la «revolución judicial» –como él la llama– la coalición busca resolver su «gran problema» que es «la Corte, la ley y la democracia», elementos que «les impiden hacer lo que se les antoje». «Es por eso que lo primero que este Gobierno ha empezado a hacer es una reforma del sistema judicial con el objeto de evitar que la Corte sea un obstáculo a la concreción de los planes de esta extrema derecha».
Buena parte de la población israelí –un 21% participó de las protestas, de acuerdo al Instituto para la Democracia de Israel– se ha manifestado durante catorce semanas (al cierre de este escrito) para rechazar todos los cambios derivados de esta reforma, impulsada por un primer ministro que tiene un juicio por corrupción sin resolver.
Las marchas masivas en distintos puntos de Israel han incluido a insignias del Estado hebreo como las empresas de la alta tecnología o reservistas del Ejército, y hasta escalaron en una huelga general que forzó a Netanyahu a aplazar un mes las medidas e iniciar diálogos con la oposición para «una reforma más consensuada».
Vescovi, también autor de ‘El fracaso de una utopía, una historia sobre la izquierda en Israel’ (La Découverte, 2021), tilda de «histórica» esta movilización porque «hubo todo un conjunto de la élite israelí, toda una parte laica del Estado israelí, que se movilizó, todos lo hicieron a la vez, contra la reforma judicial».
Al margen de las protestas, dicha reforma ha tenido además impactos económicos negativos, como la depreciación del shekel, caídas en la bolsa de Tel Aviv y la decisión de algunos empresarios de retirar sus fondos de los bancos y estudiar reubicarse en otros países. A ello se sumaron varias advertencias de los estamentos de seguridad, incluido el ministro de Defensa Yoav Gallant.
Aunque Netanyahu lo despidió como represalia, el máximo encargado de la seguridad israelí sigue ejerciendo sus funciones sin saber si su salida se materializará, ya que el primer ministro no lo ha cesado de manera formal.
En este panorama, reina la desconfianza sobre la intención real del Gobierno de alcanzar una reforma negociada. Margalit sostiene que el primer ministro buscó «ganar tiempo» con el aplazamiento de los proyectos de ley para «desinflar las manifestaciones». El activista de derechos humanos advierte que cualquier pacto entre oficialismo y oposición «será peor de lo que hemos tenido hasta ahora» porque «la oposición va a tener que ceder en algunos puntos» y solo eso ya «sería un golpe fatal al sistema judicial israelí».
Según Vescovi, Netanyahu se encuentra en una encrucijada: si abandona la reforma judicial, «hay grandes opciones de que la extrema derecha en el poder lo suelte, porque para ellos no hay freno posible»; y si vuelve con una alternativa «ligeramente modificada», estaríamos «ante un riesgo potencial de guerra civil».
«Esta palabra ha sido usada en varias ocasiones. Porque tienes a todos los partidarios de la extrema derecha, en particular los colonos, que son personas armadas y dispuestas a dar golpes; y del otro lado tienes a todo un conjunto de la sociedad israelí, que podemos denominar élite progresista, con muchos reservistas del Ejército que no se dejarán hacer», detalla el historiador francés.
En las protestas, la palabra más coreada y defendida ha sido la de ‘democracia’. Pero tanto Margalit como Vescovi matizan este concepto con respecto a Israel. Para el primero, «Israel nunca ha sido una democracia», sino que «en el mejor de los casos ha sido una etnocracia, una democracia para un grupo étnico nada más». El segundo se refiere también a una «democracia colonial» en la que las «opresiones tienen como objetivo las poblaciones que Israel tiene bajo su gestión, es decir, los palestinos».
Los palestinos, en mayor riesgo por la coalición de Netanyahu
Si en 2022 (sin Netanyahu en el poder) se registró el mayor número de palestinos muertos en Cisjordania ocupada por fuego israelí desde el fin de la Segunda Intifada en 2005, 2023 es el comienzo de año más mortífero desde el 2000. Solo hasta este ‘día cien’ 95 palestinos, entre ellos civiles, han fallecido ya sea por disparos del Ejército israelí o por ataques de colonos, mientras que 16 israelíes, una ucraniana y un italiano han muerto en ataques palestinos.
A la violencia contra la población palestina se agrega una cifra disparada de las demoliciones de casas y estructuras palestinas en Jerusalén Este y Cisjordania, contabilizando 290 destrucciones israelíes en tres meses, más de un cuarto del total de 2022, según la Oficina de la ONU para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA).
En la misma línea, se han intensificado en número y despliegue las redadas del Ejército israelí, que eran casi diarias bajo la gestión del predecesor de Netanyahu, Yair Lapid. No obstante, este año se han vivido las dos incursiones más letales desde 2005 en Nablus (11 fallecidos, cinco civiles) y Jenin (9), además de un récord de detenciones administrativas –arrestos sin cargos ni juicio–, que superaron las 1.000, o un endurecimiento de las agresiones de colonos, siendo la más grave la ocurrida en Huwara el 26 de febrero, que dejó un palestino muerto y un centenar de heridos, así como cientos de edificios dañados.
Margalit, escritor del libro ‘Jerusalén, la ciudad imposible’, advierte que el Gobierno de Netanyahu busca «destrozar a la Autoridad Palestina» y generar «un caos que le permita a Israel volver a ocupar los territorios entregados en el proceso (de paz) de Oslo», una jugada que «nos va a costar a nosotros mucha sangre».
«Estas incursiones cotidianas, para la población palestina, son la mejor prueba de que en Palestina no hay gobierno. Es por eso que (el presidente de la AP, Mahmud) Abbas está en el punto más bajo de su carrera política. Cada incursión, ya no hablemos de cada muerto, lleva a la población palestina a la conclusión de que el Gobierno palestino es una manga de impotentes que no tienen derecho a continuar», amplía.
Vescovi agrega que los palestinos son «relativamente escépticos» al Ejecutivo israelí porque, «por un lado, saben que serán las primeras víctimas de un gobierno fascista» que «quiere ir aún más lejos que antes en la represión», pero por el otro no ven que la oposición israelí muestre «claramente una voluntad de cambiar las cosas, instalando una verdadera asociación y un verdadero inicio de pacificación con los palestinos».
«De alguna forma se puede decir que hay una continuidad entre los gobiernos israelíes, salvo que la extrema derecha actualmente en el poder, sobre su proyecto político, nadie sabe a día de hoy hasta dónde va a ir y hasta dónde es capaz de ir«, completa el investigador.
Los deseos anexionistas atraviesan la agenda de la coalición
El nuevo Ejecutivo de Netanyahu nunca ocultó sus planes anexionistas sobre los Territorios Palestinos ocupados. En su documento de formalización de la alianza, defendió el «derecho natural del pueblo judío» sobre «la Tierra de Israel» (un término histórico de origen bíblico que incluye todo el territorio entre el río Jordán y el mar Mediterráneo) y trazó un plan para fortalecer y expandir sus asentamientos.
Y con ese propósito ha implementado numerosas medidas, algunas como las que siguen.
Ya ha transferido buena parte del control de la Administración Civil (el órgano militar que rige Cisjordania) al ministro de Finanzas Bezalel Smotrich, él mismo un colono que ha pasado a ocuparse de la gestión de los asentamientos, ilegales bajo la ley internacional. Israel, bajo este nuevo Gobierno, ha regularizado nueve asentamientos valorados como ilegales para sus propias autoridades y ha anunciado la construcción de 10.000 viviendas en otras colonias ya establecidas.
La Knesset –el Parlamento– también ha aprobado una enmienda para desactivar parte del acuerdo de desconexión de 2005 y permitir el restablecimiento de cuatro asentamientos en el norte de Cisjordania.
«Anexar los territorios ocupados –indica Margalit– es la agenda primordial de la extrema derecha«. «Si no hay algo o alguien que lo frene, nos encontraremos en muy poco tiempo en una situación en la cual los territorios serán anexados y la Autoridad Palestina será destrozada. Lo que significa que estaremos frente a otra nueva ola de violencia, una ola infinita que se ha cobrado un precio tan alto, que vaya a saber adónde nos va a llevar», alerta.
«Estos primeros cien días nos han mostrado muy claramente que este Gobierno, sobre la cuestión palestina, está caminando hacia una dirección sin precedentes, con una colonización que se intensifica, con un conjunto de ataques contra todos los palestinos –no importa dónde vivan– y con un proyecto muy claro de anexión, de expulsión y de reducir al silencio todas las voces palestinas contestatarias», enfatiza por su parte Vescovi.
El investigador –quien es igual autor de ‘La memoria de la Nakba en Israel’ (L’Harmattan, 2015)– observa una meta más amplia de la agenda del Ejecutivo de Netanyahu. Busca que «se refuercen los privilegios de la población judía y que los religiosos tengan una parte importante en el poder». De ahí que, para Vescovi, no solo se apunte contra los palestinos, sino contra «todas las asociaciones israelíes alternativas que intentan concebir un Israel distinto al que Netanyahu tiene en mente».
Entre la población israelí se ha instalado el miedo de una mayor represión contra las minorías, sobre todo el colectivo LGBTIQ+ las mujeres y las voces críticas. Un miedo que ha crecido desde el anuncio de la creación de una «Guardia Nacional» bajo las órdenes del ministro de Seguridad, Itamar Ben-Gvir, quien fue rechazado del Ejército por sus ideas extremistas y tiene antecedentes de incitación al racismo y enaltecimiento del terrorismo. Él tendrá a su cargo una «milicia privada» –como la tildan sus detractores– de 2.000 agentes.
Tensiones con Estados Unidos y una guerra soterrada con Irán
El giro extremista del nuevo Gobierno ha tensado de igual modo las relaciones con sus aliados, siendo el principal Estados Unidos, que destina miles de millones de dólares cada año a la defensa del Estado hebreo. Cultor de una suerte de hermandad con Donald Trump, Netanyahu no ha escapado otra vez del recelo habitual de los mandatarios demócratas, más allá de presumir una relación de cuatro décadas con Joe Biden.
Lejos de un divorcio, la Administración Biden se enfrentó a la incomodidad de combinar la histórica relación de amistad con el hecho de tratar con el gobierno israelí más desatado. Y no fueron pocos los ‘regaños’: entre otros, en este periodo la Casa Blanca ha cuestionado la legalización y expansión de asentamientos y ha deplorado dos declaraciones del ministro Smotrich, cuando este defendió «arrasar Huwara» (después de la agresión de colonos, posterior a un ataque armado palestino que causó la muerte de dos israelíes) y cuando calificó al pueblo palestino de «una invención».
Sin embargo, fue la reforma judicial la que desencadenó una inusual crítica directa y pública de Biden, quien le cerró las puertas de la Casa Blanca a Netanyahu y le instó a no seguir adelante con su plan; a lo que ‘Bibi’ respondió que Israel no toma decisiones en función de sugerencias externas «ni siquiera de los mejores amigos». Ambas partes intentaron suavizar el rifirrafe en las horas posteriores, pero fue una muestra inesperada de hastío.
Por otro lado, desde su regreso al poder, Netanyahu ha endurecido su retórica contra Irán y su programa nuclear, el cual Israel ve como una amenaza a su existencia. En este punto centró sus encuentros con líderes europeos que evitaron las estridencias, pues los viajes a Francia, Italia y Reino Unido se dieron en pleno auge de las manifestaciones contra la reforma judicial.
Esta guerra encubierta se intensificó también en estos cien días. Frente a algunas acusaciones de Israel de agresiones iraníes –un ataque a un petrolero israelí en el Golfo Pérsico, la incursión de un dron y, sobre todo, una explosión en el norte de Israel presuntamente perpetrada por un hombre que cruzó la frontera desde Líbano–, el Ejecutivo de Netanyahu se ha fijado contra posiciones de Teherán en Siria, con una decena de ataques en 2023, incluida una seguidilla de cuatro en seis días, una de las cuales causó la muerte de dos oficiales de la Guardia Revolucionaria iraní.
Ligada a la presencia de Hezbolá –aliado de Teherán– y de milicias palestinas también está la mayor escalada en la frontera con Líbano desde la guerra de 2006. Un estallido originado por dos violentas redadas policiales en la Mezquita de Al-Aqsa, seguidos de lanzamientos de cohetes palestinos desde Gaza y el sur de Líbano y respondidos por bombardeos israelíes a instalaciones de Hamás en la Franja. Un intercambio de fuego que es síntoma de los múltiples focos de tensión abiertos con los que llega Netanyahu a estos cien días de mandato.
Pero, además, ¿qué Netanyahu está gobernando?
Amado u odiado, a Netanyahu usualmente se le ha reconocido su cintura política para liderar sus coaliciones y su pragmatismo para ajustarse a las circunstancias. Por eso algunos analistas creían que sería capaz de matizar las posturas más extremas de sus socios. Sin embargo, los hechos de estos más de tres meses anulan los pronósticos.
Vescovi observa dos razones por las que «Netanyahu no es el mismo»: señala que, frente a las causas de corrupción en su contra, «la única vía para zafarse es mantenerse en el poder y lograr hacer votar leyes que bloqueen el proceso judicial».
«Esto tiene un impacto en el segundo motivo que es que, a diferencia de 2009, Netanyahu es totalmente dependiente de los partidos de su coalición. Porque si uno de ellos rompe con él y deja de apoyarle, habría que retornar a unas elecciones y Netanyahu se arriesgaría a perder y tener que enfrentarse, ahora sí, a sus jueces», completa el historiador.
En el mismo sentido, Margalit considera que la extrema derecha «es la que marca el tono del gobierno» y que «cada vez que se pone más compleja su situación legal, Netanyahu pierde control». «No es el mismo que conocemos de hace diez, once o doce años atrás (…) Él ha perdido el control de lo que está pasando», sentencia.
Para ejemplificar esto, el también doctor en Historia Israelí Contemporánea por la Universidad de Haifa señala «la farsa» de «haber despedido oralmente al ministro de Defensa y los esfuerzos que está ahora haciendo para volver a traerlo, si tan solo él pide perdón», por haber pedido públicamente el freno de la reforma judicial, algo que «le queda bien a dos chicos» pero «no a un político de este nivel». «Esto demuestra que Netanyahu ha perdido la sensatez», culmina.
Estas dudas sobre el liderazgo del primer ministro están llegando incluso a sus seguidores, agrega Vescovi. «Ahora hasta su electorado ha tomado conciencia de que Netanyahu ya no es el ‘maestro, jefe’ de su destino y es dependiente de los partidos de su coalición. Incluso, en las ciudades o colonias donde se votó por Netanyahu ha habido también manifestaciones», remarca.
Tras un centenar de días tan volátiles, ambos analistas coinciden en que es difícil pensar qué puede ocurrir en el futuro próximo. Pero el historiador francés firma una conclusión preocupante: «La gente se dio cuenta de que votó por un Netanyahu que ya no es el mismo de antes, un Netanyahu con partidos que están conduciendo a Israel hacia su propia división, porque están fracturando Israel».